El Barça, la octava maravilla del mundo












Rodeados por un fuerte cordón de seguridad que apenas les permitía moverse, los chicos de Rijkaard tuvieron que captar de refilón la grandeza del tesoro arqueológico.
Poco después, el equipo ponía rumbo a la Esfinge, pero, una vez más por razones de seguridad, ni siquiera se bajaron del autocar.
Los seguidores, entre los que se encontraban muchos niños, perseguían el autobús de sus estrellas, ondeaban banderas barcelonistas y gritaban el nombre de sus ídolos a los que intuían detrás de las ventanas.
Tras la visita, los jugadores regresaron desde Giza, provincia occidental de El Cairo en la que se encuentran las Pirámides, con los honores de jefe de Estado que las autoridades egipcias reservan para las grandes ocasiones. Las carreteras de las Pirámides estaban cortadas para permitir el paso del autobús y dejaban ver la nada frecuente imagen de un Cairo sin tráfico.
A su llegada al hotel, los jugadores gozaron de otro baño de masas, esta vez ofrecido por los niños de la escuela de fútbol que el club tiene en El Cairo.
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